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Autobiografia II
Román de la Calle
Vicent J. Escartí
Juan Bta. Peiró
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Apunte sobre la trayectoria pictórica

de Salvador Conca
 

 

Salvador Conca nace en Carlet, en 1964 y comienza su periplo como pintor, apenas después de licenciarse en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, de Valencia, en 1990. Sin embargo, su primera exposición individual no llega hasta el año1994, en la Casa de la Cultura de Canals, donde fue galardonado con el Premio de Pintura Vila de Canals de aquel mismo año. La exposición, titulada significativamente “Pintures”1, era un primer intento de poner orden a una producción, a unas ideas que, arrastradas durante unos años, llegaban así a buen puerto y daban una muestra de las tempranas preocupaciones estéticas de Conca. De hecho, aquello que más sorprende, al mirarse desde el tiempo los cuadros de aquella muestra primera de Conca, es que sus productos pictóricos ya eran “concas”. Y me explico. Ciertamente, no es fácil –o no es muy frecuente– que los artistas –y en especial los creadores plásticos de nuestras generaciones– elijan desde el comienzo un camino, una opción, y se mantengan fieles a la misma: las modas, los cambios, el poco éxito de alguna de las opciones escogidas, el deseo de innovar o de ser original, el intento presuroso de asimilar –o asimilarse a- tendencias novedosas, todo eso, y aún más cosas, hacen que a menudo los creadores jóvenes de nuestro tiempo –como por otro lado muchos, antes, desde los Ismos- cambien de estilo, de manera, y a veces de forma tan drástica que entre las diferentes épocas de cada uno de ellos se hace difícil reconocer, muchas veces, la misma mano, como si el artista no se encontrase a gusto, no se sintiese satisfecho con su trabajo. Sin embargo, como ya he dicho, no es este el caso de Salvador Conca.

Una ojeada a las pinturas del Conca de aquellos años nos hacen pensar que el autor, en sus inicios, tenía ya un lenguaje tan determinado, tan resuelto, como ahora: que su particular manera de ver el mundo ya se encontraba muy definida y que, con las diferencias que más abajo reseñaré, él ya tenía muy claro qué le interesaba y cuáles habían sido sus elecciones. La serie que lleva por título Reguer con todas sus diversas materializaciones (Reguer, Habitacle i reguer, Reguer espiral, Reguer infinit, Reguer de Irene...), o las diferentes versiones de La casa d’Europa, pretenden claramente la plasmación de unas determinadas arquitecturas que habitan en la mente del artista y que, a pesar de las evidentes reminiscencias de la pintura metafísica, aportan una buena dosis de originalidad. Como ya escribí en aquel momento:

en la seua originalitat, en el tractament fresc dels elements que hi participen, encara es pot descobrir, per sota, l’element primigeni: arquitectures d’aigua, ponts de rius, séquies i sequiols dels racons dels nostres termes. Parets blanques de cases al sol. Mediterrània pura i dura. Ara bé: que ningú no s’espere trobar cap paisatge específic o concret. No es tracta d’això. En realitat, allò que familiaritza l’espectador amb l’obra de Conca no és això: és la forma primigènia, despullada, que ha sabut pintar l’artista i que, malgrat el procés d’abstracció i tot, encara s’adverteix amable, gràcil, agradosa a l’ull i a l’enteniment.2
 

Sin ninguna duda, su modernidad enlazaba con una tradición que descendía del clasicismo, interpretado después por Giorgio de Chirico y Carlo Carrà, por ejemplo. La opción de Conca, por lo tanto, se definía así desde aquella su primera exposición individual y profundizaba en las iniciales vías escogidas, como en dos trabajos suyos, del 1991, Scala Coeli y Scala Dei, donde el autor recreaba en parte las formas del también italiano Ettore Sottsass.

Después –como antes, desde el 91– Conca participó en exposiciones colectivas, vinculado o no al grupo “La balsa de Babel”, en ciudades como Sagunt, Xàtiva, Murcia, Cádiz, Madrid, etc., y fue galardonado con varios premios. Entre otros, en 1992 recibió el “Pintor Claros”, de Sueca, y en 1994 lograba el “Premio de Pintura de la Diputación Provincial de Ciudad Real”, en el XLV Salón de Arte de Puertollano. Y etcétera. Unos premios y una participación en exposiciones que venían a reafirmar su vocación y, por otro lado, significaban de alguna manera el reconocimiento por parte de la crítica. Y no sin fundamento, porque con aquel recorrido suyo, su manera de expresar el mundo a través de la pintura había ido consolidándose.

Siguiendo, siempre, aquel camino iniciado a principios de la década, con motivo de su participación en los Encuentros de Arte Contemporáneo de Alacant de 1999, volvemos a encontrar a Conca en la misma línea que ya se había prefigurado, en gran medida, en su primera exposición individual. Y hasta el punto que sus trabajos reunidos en esta muestra auspiciada por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, nos permiten continuar adentrandonos en su microcosmos personal. Para Dionisio Gázquez Méndez, Conca:

dirige su atención hacia una cartografía simbólica que alude al mapa territorial occidental presente. Sus construcciones metafísicas se recrean en el laberinto de una Europa de distintas nacionalidades emblemáticas, donde confluyen anhelos compartidos y al mismo tiempo diferenciadas divergencias. Estamos ante un discurso plástico coherente, donde se reflejan escenarios arquitectónicos desnudos e insólitos (curiosamente sin una presencia humana tangible). Analíticos paisajes mentales, hechos pintura, donde podríamos decir que, metafóricamente fluye canalizado el líquido vital de la cultura dentro de la propia historia.3

De hecho, en las composiciones a que hace referencia este autor, Conca no hará otra cosa que continuar ofreciéndonos su reflexión sobre nuestro continente: Part d’Europa (con diversas versiones) y Ciutat utòpica enlazan claramente con trabajos suyos anteriores y también su datación (1996 y 1997) nos lo confirma. Pero igualmente conviene advertir que vamos a encontrarnos, de manera contundente, y casi por primera vez, unos nuevos elementos en juego que no habrá que menospreciar. Así, si hasta aquel momento los escenarios desolados con construcciones más o menos urbanísticas remitían a visiones pràcticamente desérticas en la escenografía de Conca, a partir de este momento, en sus cuadros comenzarán a aparecer de forma espectacularmente llamativa toda una serie de protagonistas de muy diversa categoría, y donde encontraremos desde la figura humana hasta representaciones poco o muy oníricas de barcos, vegetales, objetos caseros o con claras reminiscencias de juguetes, siempre esquematizados y “filtrados” por la particular forma del autor de enfrentarse a la vida, dentro del espacio de sus tablas. Guardamar, Ànimes plenes, Porció de l’instant, Presagi o Santo e imposible, oleos y acrílicos sobre madera y fechados en los años 1998 y 1999, al lado de la acuarela Presència (1998), son la prefiguración de un universo más complejo, más próximo al mundo onírico y quizá más alejado de las arquitecturas “imposibles” de la metafísica italiana. Pero los elementos a los que nos referimos, sin embargo, aparecen insertados de manera invariable en espacios casi infinitos, por inexistentes o solamente insinuados de manera muy leve.

Desde aquel estadio, Conca continúa trabajando en esta linea, durante los primeros años del nuevo milenio. Una prueba de eso será el galardón que recibirá en el I Certámen de Pintura Universidad Miguel Hernández - Iberdrola, en el año 2002. En su obra Recreació, Conca vuelve a insistir, en un óleo de elementos que pretenden, con el mínimo posible de formas, recrear –y se me permitirá el juego de palabras– un paisaje imposible: un faro, un habitáculo de evidentes reminiscencias infantiles, un barco flotando en unas aguas impensables y un árbol –su metáfora mejor– enmarcado, permiten al autor continuar jugando con los colores estridentes y con las iluminaciones fuertes de sombras pronunciadas, derivadas de varios focos de luces que no siempre son lógicas. La madurez de esta pintura –sus características tan plenamente definidas– han permitido a Román de la Calle afirmar que:

la obra sigue de cerca una fuerte e implantada tendencia de cuño neometafísico, de honda resonancia en el contexto valenciano, sustentada con habilidad por diversos cultivadores. Buscando un misterioso y sobrio mundo propio, la obra refuerza esta marcada relectura compartida.4

Ahora, unos años más tarde, Conca parece que ha llevado a su cènit el camino comenzado antes: In mente, ciertamente, significa un enriquecimiento patente del universo del autor y recoge de manera clara los trabajos que desde el 2001 el pintor ha ido elaborando en su estudio. Unos trabajos poblados, de forma llamativa, por todo un conjunto de objetos, arquitecturas, representaciones humanas, animales y vegetales, a menudo muy evidentemente simbólicas y siempre, sin embargo, inquietantes para el ojo del espectador. Con un añadido más, que las hace también “nuevas”: con frecuencia, Conca se ha permitido delimitar más el espacio donde se encuentran los objetos de manera que ha creado escenarios a medida del elemento pictórico escogido por el autor –una especie de islas, por ejemplo–, y recurre a veces, también, a la presencia de aguas sobre las que flotan aquellos mismos objetos -como Recerca (I y II). Por otro lado, en algunos casos, los objetos imposibles de Conca pretenden ser la síntesis de diferentes formas conjugadas en una sola, como en diversos de los cuadros pertenecientes a la serie de los Anònims. Habitáculos, acequias, formas vegetales (El coleccionista de “botos”), referencias al mundo infantil o de la enseñanza, metáforas de la sabiduria (L’òliba perplexa), alusiones a la muerte (Pensa el qui treballa...) o referencias a la espiritualidad (Una recerca interior) y plasmaciones inesperadas de la divinidad (La mà poderosa o la mentida dels poetes) son solamente una parte de los elementos y objetos que ahora Conca ha puesto sobre el tablero de su personalísimo juego pictórico y que sin ninguna duda pueden ser contemplados como una ampliación –cada vez más rica– de su universo poético, un mundo claramente irreal donde, por cierto, la línea del horizonte va bajando, permitiéndonos incluso vislumbrar unos celajes igualmente esquemáticos pero con una mayor presencia que en series anteriores.

Este breve periplo por la biografía pictórica de Conca, en práticamente quince años, permite desfragmentar la cronología del autor, pero también nos lleva a ver su trabajo como un conjunto de gran cohesión, donde podemos detectar dos etapas. Por una parte, la primera, entre 1991 y 1998, donde Salvador Conca prescinde casi por completo de las figuras humanas en sus cuadros, y donde aquello que domina es la arquitectura; y una segunda, hasta nuestros días, donde el autor ha incorporado representaciones antropomórficas y objetos diversos a sus pinturas que, a la vez, han pasado de contener pocos elementos –normalmente una sola arquitectura más o menos compleja–, a “llenar” el espacio pictórico en una especie de horror vacui. En cualquier caso, la pintura de Conca siempre pretende mostrarnos aquello que las cosas, los objetos, ocultan por ellos mismos, al margen de la mirada humana que los ha dotado de significados a veces perversos. Y es en este intento donde Conca ha hecho servir la esquematización de los elementos, para desnudar sus representaciones pictóricas, sus escenografías urbanas o no, de cualquier connotación más allá de la simple emoción que comporta enfrentarse a una pintura desnuda como la que propone el autor. La desnudez, la síntesis también, que pide Conca a los temas que escoje, devienen, así, alegorías de lectura no siempre evidente.

Una cuestión final que también hay que al menos apuntar con respecto a la producción pictórica de Conca, es su adscripción a una determinada corriente estética o, aquello que es casi lo mismo, la necesidad de etiquetar su pintura. Seguramente, un análisis de los elementos en juego en los cuadros de Conca, o la disposición de los mismos y su tratamiento, nos llevaría a verla de manera muy clara como una pintura “metafísica”. Tan metafísica como la de Giorgio de Chirico o la de Carrà: la creación de espacios “vacíos”, anormalmente desiertos o congelados, la construcción de escenografías fantásticas y espectrales, a veces oníricas, nos lo confirmarían en gran medida. Sin embargo, es evidente que la cronología, y en parte los motivos de los metafísicos italianos, se encuentran ausentes del punto de mira de Conca. Es por esto que para Roman de la Calle, el término “neometafísica” sería el más apropiado a la hora de adscribir los trabajos de Salvador Conca5 . Quizá, también, se le acoplaría la denominación de “pintura esquematista”, si hacemos caso a ciertas definiciones, referidas en este caso, al trabajo de otros pintores coetáneos suyos, algunos de los cuales serían fácilmente asimilables a los resultados obtenidos en sus cuadros por Conca:

aromas de pintura neometafísica [...] la mirada hacia surrealismos de corte magrittiano, en suma hacia unos esquemas –nunca mejor dicho ahora– de limpios planteamientos referenciales donde, por lo general, los planos monócromos (ya como espacios puros, ya como referencias paisajísticas), las figuras de carácter totémico muy simples de diseño y una suerte de objetos en su más puro y elemental definición genérica, se daban cita en una pintura muy limpia de ejecución, de grande poder iconográfico, muy rica cromáticamente y con un trasunto irónico [...].6

Más allá de la adscripción a una etiqueta u otra, la verdad es que Conca ha sabido beber de la tradición de la pintura de los metafísicos italianos, que pretendían que los objetos tuviesen sentido en la realidad a través de la memoria de quien los percibía, hasta el punto que las recreaciones objectuales de Conca se reducen a líneas y colores primigenios. Si en aquella pintura de las primeras décadas del siglo XX se pretendía pintar el mundo más bien a través de la evocación del recuerdo de las cosas, más que la pintura de las mismas cosas per se, también Conca parece que nos propone una aproximación semejante a la realidad. Los paisajes, las escenografías de los metafísicos, adquirían –al despoblarse de la realidad inmediata– un toque fantasmagórico y onírico, inspirador, en parte, del surrealismo que conoceríamos después. El mismo Carlo Carrà, uno de los teóricos del movimiento, escribía que “nosotros hacemos un arte libre del límite de la necesidad del tiempo y del lugar” y también afirmaba que “una disciplina interna nos lleva a una más completa significación, a una cubicación preñada de poesía”7. Ambas aseveraciones podrían aplicarse perfectamente a Conca: nuestro pintor pinta intentando abstraerse del tiempo y del lugar donde habita y, por otra parte, busca una cubicación de los modelos no solamente por un afán geometrizante, sino por dotarlos de una poesía interna muy patente. Como también lo pretenden muchos otros pintores considerados neometafísicos de nuestro tiempo. Con la diferencia, quizá, de que Conca, como los metafísicos verdaderos, se aleja de las recetas fáciles –se aleja de la simple imitación, sin la fuerza de la tensión interna– y de la pintura “perfilada”– del amaneramiento exento de veracidad–, y se atreve con una tosquedad propia de los primitivos italianos –o de los románicos– y además, con el color se comporta de manera mucho más valiente, sin sacrificar el uso del mismo a las modas esteticistas de sobriedad y “neutralidad”, tan al uso en nuestros días. Salvador Conca se sirve de una gama cromática fuerte de manera arriesgada y sincera y aprovecha esto, sin estridencias, para “ilustrar” sus obsesiones, su universo temático que aparece, así, lleno de metamorfosis ricamente coloreadas en sus pinturas. De manera que es posiblemente por el uso arriesgado del color y por su universo personal, junto a una buscada apariencia “básica” de las formas sobre el lienzo, donde Conca se revela como un pintor más personal, con una marcada huella capaz de recorrer, en diagonal, toda su obra, desde sus mismos inicios hasta nuestros días.

 

VICENT JOSEP ESCARTÍ
Universitat de València

 

1 Existe un católogo de aquella exposición: Salvador Conca. Pintures. Diciembre 94-Enero 95, con texto de V.J. Escartí, Canals, Ayuntamiento, 1994.

2 Escartí, V.J.: “Conca o les arquitectures d’aigua”, Saó, núm. 195 (1997), p. 39.

3 Gázquez Méndez, D.: “Cuatro artistas”, en EAC. Encuentros de Arte Contemporáneo. Teresa Bonastre. Salvador Conca. Enrique Jordá. Pedro Muiño, Alacant, 1999.

4 de la Calle, R.: “Reflexiones a manera de proemio”, en I Certamen de Pintura UMH-Iberdrola, Alacant, 2002, p. 9.

5 Así califica la pintura de Conca, este crítico, en el fragmento citado más arriba.

6 Ver B.I.- J.C.: “Pintores esquematistas”, dins Pintores esquematistas. Juan Coleto. Fernando Cordón. Juan Cuéllar. Horacio Hermoso. José Vicente Martín. Sebastián Navas. Enrique Queipo, Madrid, 1994.

7 Carrà, C.: Pintura metafísica, Barcelona, 1999, pp. 28 i 29.