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Los sueños del agua
Son muchos -siempre según se mire- los
años (más de quince) que conozco la pintura de Salvador Conca. Hace
meses mantuvimos una conversación telefónica que se materializó
primero en el envío electrónico de unas imágenes y más tarde -apenas
unas semanas- en una entrevista en la que pude ver directamente un
conjunto representativo de su trabajo último, de buena parte de las
piezas que conforman esta exposición.
En estos últimos días, cuando empieza
a acuciar el tiempo para cumplir el compromiso adquirido, le he dado
muchas vueltas a una idea central que siempre había estado ahí y que
sólo ahora he visto clara. La presencia del agua es una constante
casi omnipresente en la pintura de S. Conca. Desde el mar océano
inconmensurable de la naturaleza terrestre (sus tres cuartas partes)
hasta los canales, fuentes y acequias construidos por la mano del
hombre (íntimamente asociados a las raíces árabes de nuestra propia
cultura), las imágenes diversamente recurrentes del medio acuático
se repiten una y otra vez en la obra de este perseverante y
silencioso pintor de micro-universos soñados.
El salto del agua al sueño a través
del de la obra de Gaston Bachelard no era tanto una cuestión de
tiempo, sino la inmediata e inevitable secuencia lógica para un
ferviente admirador del genial fenomenólogo francés. De hecho, el
título del presente texto es una paráfrasis del libro que Bachelard,
dentro de su tetralogía de la ensoñación a partir de los cuatro
elementos de la naturaleza, dedica al elemento agua. Pocos como él
han sido capaces de profundizar en los significados profundos,
esenciales del precioso líquido asociado como ninguno no sólo al
origen mismo de la vida, sino a la vida misma.
La vocal a es la vocal del agua. Es la
forma de la creación por el agua. La a indica una materia prima. Es
la letra inicial del poema universal.
El agua como principio. Evocar el agua
es dejarse llevar por su murmullo, es fluir plácidamente por
recónditas regiones del pensamiento, es meditar sobre el origen de
todo (el océano) y de uno mismo (el líquido amniótico). Al equiparar
la primera vocal con la primera letra del alfabeto (también la
primera de la palabra agua), Bachelard establece una correspondencia
interna –más allá de lo formal– entre la cualidad generadora de
ambas. Del mismo modo que la letra a de alfa es el principio de todo
lo creado, el a de agua es elemento vivificador por antonomasia.
Consciente o inconscientemente, no deja de ser significativa esta
necesidad autorreferencial de elegir precisamente el elemento
generatriz de nuestra cultura terrestre: el agua, como eficaz
metáfora de la creación que se utiliza en una disciplina creativa
como es la pintura.
El agua como principio, como origen,
como pureza, como reflejo, como espejo, como materia no sólida…son
innumerables los matices, las asociaciones, las posibilidades de
todo tipo que se generan a partir de ella. En los cuadros de S.
Conca, el agua representada –implícita o explícitamente–, desde el
agua de la fuente a las ondas del mar, hasta el color azul que se
extiende en el cielo (una expansión más ligera del mismo principio
agua), suponen un claro recurso relacional de las diferentes partes
–de fuerte y compleja carga simbólica– en las que suele desplegar un
programa iconográfico claramente identificable como propio.
Iconografías que beben –nunca mejor dicho– de fuentes claramente
surrealizantes, cristalinamente oníricas, contemporáneamente
metafísicas.
Esa secuencia inconexa e inquietante
de imágenes-símbolos muchas veces unidas por canales de agua, me
sugiere otra de las propiedades inherentes al medio acuoso: su
movilidad, su dinamismo inevitable que puede oscilar desde la
caricia maternal hasta la violencia letal. Movimiento perpetuo que
utilizó ejemplarmente Heráclito –nunca bebemos la misma agua del
mismo río– para plasmar su concepción del mundo antagónica del
inmovilismo esencialista de Parménides (nada existe, todo es).
Perpetuo fluir que embebe el pensamiento de Denis Diderot cuando
afirma:
En la naturaleza nada está
totalmente precisado. Toda cosa es más o menos cualquier otra cosa,
más o menos tierra, agua, aire o fuego; más o menos de un reino o
del otro…Todo se halla en perpetua fluencia…No hay otro individuo
que la totalidad.
Ese fluir constante al que alude
Diderot lo veo plasmado mediante las diversas imágenes del agua en
la obra de Salvador Conca. Fluir de lo mismo y lo distinto, de lo
único y lo diverso, de lo personal y lo universal…que nos introduce
en un ámbito de la ensoñación donde la lógica y la razón palidecen
ante el protagonismo de la asociación libre, de la intuición.
El devenir como estado natural de
todo, el cambio de estado, el movimiento, la ambigüedad, la
fugacidad, la extrañeza, desliza su trabajo hacia un perpetuo
cuestionamiento sobre la naturaleza última de las cosas. Más que una
huida hacia adelante, es una marcha atrás, una vuelta al pasado, a
la memoria, un retorno al origen, a esa esencia radicalmente propia
que denominamos identidad. Si el devenir cambia todas las cosas, la
identidad no puede desligarse de la memoria del tiempo vivido, de la
experiencia acumulada, de los universos soñados. En este sentido, se
perfila un sutil hilo conductor –el medio acuoso– que empapa los
diferentes elementos compositivos, constructivos, imaginarios,
trasvasando por capilaridad las respectivas propiedades de cada uno
de ellos a todos los demás.
No quisiera terminar sin señalar otra
de las propiedades secularmente asociadas al agua: la pureza, que
presenta claras derivaciones digamos “espirituales” evidentes en
algunos trabajos de S. Conca. Pureza muy conectada con ese fluir al
que aludíamos más arriba –por ejemplo el principio oriental del ying
y el yang. Purificación del agua límpida, renovación del agua
fresca, limpieza moral registrada en incontables mitos y ritos
asociados al agua (desde el bautismo cristiano a la inmersión hindú
en el río Ghanges).
Sueños de agua mezclados con
pigmentos. Imaginación material.
Pintura de sueños.
JUAN BTA. PEIRÓ
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