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Autobiografia II
Román de la Calle
Vicent J. Escartí
Juan Bta. Peiró
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los sueños del agua

 

Son muchos -siempre según se mire- los años (más de quince) que conozco la pintura de Salvador Conca. Hace meses mantuvimos una conversación telefónica que se materializó primero en el envío electrónico de unas imágenes y más tarde -apenas unas semanas- en una entrevista en la que pude ver directamente un conjunto representativo de su trabajo último, de buena parte de las piezas que conforman esta exposición.

En estos últimos días, cuando empieza a acuciar el tiempo para cumplir el compromiso adquirido, le he dado muchas vueltas a una idea central que siempre había estado ahí y que sólo ahora he visto clara. La presencia del agua es una constante casi omnipresente en la pintura de S. Conca. Desde el mar océano inconmensurable de la naturaleza terrestre (sus tres cuartas partes) hasta los canales, fuentes y acequias construidos por la mano del hombre (íntimamente asociados a las raíces árabes de nuestra propia cultura), las imágenes diversamente recurrentes del medio acuático se repiten una y otra vez en la obra de este perseverante y silencioso pintor de micro-universos soñados.

El salto del agua al sueño a través del de la obra de Gaston Bachelard no era tanto una cuestión de tiempo, sino la inmediata e inevitable secuencia lógica para un ferviente admirador del genial fenomenólogo francés. De hecho, el título del presente texto es una paráfrasis del libro que Bachelard, dentro de su tetralogía de la ensoñación a partir de los cuatro elementos de la naturaleza, dedica al elemento agua. Pocos como él han sido capaces de profundizar en los significados profundos, esenciales del precioso líquido asociado como ninguno no sólo al origen mismo de la vida, sino a la vida misma.

La vocal a es la vocal del agua. Es la forma de la creación por el agua. La a indica una materia prima. Es la letra inicial del poema universal.

El agua como principio. Evocar el agua es dejarse llevar por su murmullo, es fluir plácidamente por recónditas regiones del pensamiento, es meditar sobre el origen de todo (el océano) y de uno mismo (el líquido amniótico). Al equiparar la primera vocal con la primera letra del alfabeto (también la primera de la palabra agua), Bachelard establece una correspondencia interna –más allá de lo formal– entre la cualidad generadora de ambas. Del mismo modo que la letra a de alfa es el principio de todo lo creado, el a de agua es elemento vivificador por antonomasia. Consciente o inconscientemente, no deja de ser significativa esta necesidad autorreferencial de elegir precisamente el elemento generatriz de nuestra cultura terrestre: el agua, como eficaz metáfora de la creación que se utiliza en una disciplina creativa como es la pintura.

El agua como principio, como origen, como pureza, como reflejo, como espejo, como materia no sólida…son innumerables los matices, las asociaciones, las posibilidades de todo tipo que se generan a partir de ella. En los cuadros de S. Conca, el agua representada –implícita o explícitamente–, desde el agua de la fuente a las ondas del mar, hasta el color azul que se extiende en el cielo (una expansión más ligera del mismo principio agua), suponen un claro recurso relacional de las diferentes partes –de fuerte y compleja carga simbólica– en las que suele desplegar un programa iconográfico claramente identificable como propio. Iconografías que beben –nunca mejor dicho– de fuentes claramente surrealizantes, cristalinamente oníricas, contemporáneamente metafísicas.

Esa secuencia inconexa e inquietante de imágenes-símbolos muchas veces unidas por canales de agua, me sugiere otra de las propiedades inherentes al medio acuoso: su movilidad, su dinamismo inevitable que puede oscilar desde la caricia maternal hasta la violencia letal. Movimiento perpetuo que utilizó ejemplarmente Heráclito –nunca bebemos la misma agua del mismo río– para plasmar su concepción del mundo antagónica del inmovilismo esencialista de Parménides (nada existe, todo es). Perpetuo fluir que embebe el pensamiento de Denis Diderot cuando afirma:

En la naturaleza nada está totalmente precisado. Toda cosa es más o menos cualquier otra cosa, más o menos tierra, agua, aire o fuego; más o menos de un reino o del otro…Todo se halla en perpetua fluencia…No hay otro individuo que la totalidad.

Ese fluir constante al que alude Diderot lo veo plasmado mediante las diversas imágenes del agua en la obra de Salvador Conca. Fluir de lo mismo y lo distinto, de lo único y lo diverso, de lo personal y lo universal…que nos introduce en un ámbito de la ensoñación donde la lógica y la razón palidecen ante el protagonismo de la asociación libre, de la intuición.

El devenir como estado natural de todo, el cambio de estado, el movimiento, la ambigüedad, la fugacidad, la extrañeza, desliza su trabajo hacia un perpetuo cuestionamiento sobre la naturaleza última de las cosas. Más que una huida hacia adelante, es una marcha atrás, una vuelta al pasado, a la memoria, un retorno al origen, a esa esencia radicalmente propia que denominamos identidad. Si el devenir cambia todas las cosas, la identidad no puede desligarse de la memoria del tiempo vivido, de la experiencia acumulada, de los universos soñados. En este sentido, se perfila un sutil hilo conductor –el medio acuoso– que empapa los diferentes elementos compositivos, constructivos, imaginarios, trasvasando por capilaridad las respectivas propiedades de cada uno de ellos a todos los demás.

No quisiera terminar sin señalar otra de las propiedades secularmente asociadas al agua: la pureza, que presenta claras derivaciones digamos “espirituales” evidentes en algunos trabajos de S. Conca. Pureza muy conectada con ese fluir al que aludíamos más arriba –por ejemplo el principio oriental del ying y el yang. Purificación del agua límpida, renovación del agua fresca, limpieza moral registrada en incontables mitos y ritos asociados al agua (desde el bautismo cristiano a la inmersión hindú en el río Ghanges).

Sueños de agua mezclados con pigmentos. Imaginación material.

Pintura de sueños.

 

JUAN BTA. PEIRÓ